Abdón H (9ª parte)

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Con la ventana abierta contemplaba el tráfago de la calle Princesa. Eran los primeros días de primavera y la temperatura, a esas horas de la mañana, era agradable. Los rayos del sol le acariciaban el rostro como si fuese una amante entregada. Hacía unos días que cumplió los cincuenta y un años y en esos momentos, en los que se permitía un alto en el trabajo, se dejaba llevar por el recuerdo de su vida cinco años atrás. ¿Se reconocía? ¿Pudo pensar alguna vez que su vida cambiaría de tal modo? ¿Era esta vida la que realmente deseaba? ¿Este era el cambio de rumbo? Eran demasiadas preguntas complicadas y unas posibles respuestas que podrían resquebrajar la vida elegida de cualquiera. Lo sensato era no preguntarse, sino dejarse llevar ocultándose tras la coraza común de la madurez, el mérito o del destino. Cada cual, según casualidad o fortuna, transitaba la existencia por vericuetos que, aún en el caso del más previsor, se escapaban al juicio de la horizontalidad y la edad cocinaba el resto para parecer la persona cabal y consecuente que todos esperan. Aquellos primeros días de primavera eran tan radicalmente distintos a los de hacía cinco años atrás, pensaba viendo el bullir de la calle céntrica y sintiendo la calidez solar. — Señor Herreros, hay un caballero que insiste en verle. Le he dicho que sin cita usted no recibe a nadie, pero…… — ¡Joder, Ab, alucino con la oficina que te has montado, mamón! La secretaria se asustó con la irrupción y miraba atemorizaba a su jefe y al recién llegado sin saber a qué atenerse. — No te preocupes, Juani. Es un viejo amigo. Puedes retirarte. Chocaron las manos los amigos mientras Juani, abrumada, abandonaba el despacho. Teles llegaba con una chilaba deshilachada y el cabello largo sujeto en una coleta. — Esto no se parece nada al chabolo que tenías en Cuatro Caminos. -dijo escudriñando la estancia- Aquí se ve que hay muchos cuartos, colega. — Las cosas marchan muy bien, lo sabes, y necesitaba una buena choza para recibir a las visitas. Ya sabes: no basta serlo sino parecerlo. Es estos negocios cuenta la apariencia más que la eficacia, Teles. Se sentaron uno frente a otro en torno a la mesa del despacho. — Y el cartelito en la entrada: Abdon H, agente teatral y literario. Alucino, tío, alucino. — ¿Te hace una birra? Tengo más potingues en el frigo de la antesala, así que elige lo que quieras. Tomaron unas cervezas. Se las trajo Juani en una bandeja plateada sobre las que portaba unas jarras de loza. La secretaria no paraba de soslayar las trazas estrafalarias del recién llegado. Cuando les dejó solos Teles no pudo reprimir una risotada. — ¡La tengo acojonada, Ab! Rieron al tiempo que llenaban los barros. — Oye, ¿todo bien en la entrega de este mes? -preguntó Abdón con el labio superior manchado de espuma. Teles se recostó en la silla y estiró los brazos hacia atrás como si se desperezase. — Moja no falla, tío, y mis contactos fluyen con sigilo. Salieron del puerto de Vigo entre el contenedor…..Espera Sacó de la chilaba el móvil y consultó sus notas. — Me imagino que ya sabrás de la tienda que se ha montado el Moja cerca de la Plaza Mayor. -decía mientras buscaba en el teléfono- Artesanía marroquí montada a lo grande, colega. ¡Una pasada! Dio un toquecito sobre el móvil cuando encontró lo que quería. — Aquí está. Contenedor LCBU 178906 9 -levantó los ojos del teléfono para seguir- y llegó a Amberes, según lo previsto. La distribución está en curso. La pasta te llegará mañana o, a lo sumo, pasado, como de costumbre. Chocaron sus barros. — Ya que te has dignado en dejarte ver por aquí, -dijo Abdón- aunque te llegará la tarjeta, estás invitado a la entrega de premios. Te aseguro que habrá un cóctel de los que te gustan. Teles arrugó el rostro y sacudió la mano. — Oh, no, tío. Paso de esas historias, Ab. Yo en mi cubil de las camisetas estoy de lujo. No hago ascos en colaborar contigo y me viene de puta madre el dinerito que me reporta, pero de ahí a participar en saraos nastis. Abdón negó con la cabeza varias veces. — Pero si estará gente que conoces del barrio. Estará la prensa, sí, y los críticos y demás figurones, pero nos haremos un grupo aparte, ya verás. — Que no, Ab, paso del todo.-insistió Teles sacudiendo la coleta- Tú a tus premios y yo a mis rollos. ¿Ok? Por cierto, es acojonante lo de tu obra de teatro. Mundo de farsantes. Una obra que pasó sin pena ni gloria en La Libertaria y ahora premiada. ¡Es para ponerse a mear y no echar gota! Se miraron cómplices y guasones. — El dinero lleva a la fama y la fama mueve montañas, querido amigo. Y, dicen, que la fama es éxito. — Mierda de sociedad, tío. Todo es postizo….y demasiado frágil, más de lo que pueda parecer. — De todas formas, me va mejor que hace cinco años.-apuntilló Abdón poniendo las palmas de sus manos sobre el escritorio. Hubo unos instantes silenciosos. Uno mascullaba algo que provenía de lejos y el otro buscaba la luz primaveral que entraba a través del cristal de la ventana. — Y ahora en serio: -Teles mutó a una seriedad que parecía no corresponderle; las ingentes arruguitas que le surcaban la cara parecieron estirarse y su voz, acaso, se tornó más grave de lo habitual- ¿En esto consistía tu cambio de rumbo en la vida? Creo que tú hiciste poco, todo lo obró estar en el momento preciso a la hora y en el día indicado. Su amigo calló. Escudriñaba sesgada la ventana por la que miró minutos antes. No sabía qué responder ni lo deseaba. Estaba tan solo como antes, quizá más aunque rodeado de mucha gente, pero en la vorágine de su cambio de vida apenas le daba tiempo en examinar nada. Tampoco era necesario, no lo quería. Preguntarse demasiadas cosas, escarbar en lo moral o inmoral, en el bien o el mal, en la soledad o en la compañía era inútil y, sobre todo, desasosegante. Los ojos justicieros de Abdón, en esos cinco años, se volvieron más clementes, menos exigentes, más proclives a comprender que cada cual forja su destino o su pensamiento en la medida que le viene bien. No hay castigo ni premio, sino la comodidad suficiente para sobrevivir sin más. Tenía dinero y con él es más sencillo ver todo de una manera más ecléctica. "Nos vemos, Ab. Me voy a la calle a fumarme un canuto.", escuchó, entre una nebulosa de pensamientos, la despedida de su amigo de juventud.